Aquí estoy, esperando al asesino de una mujer que nunca me amó, que me engañó y utilizó. Por qué quiero venganza, no me he parado a pensarlo, pero solo sé que aquí acaba una historia que debí haber finalizado antes de que la tragedia pasara, mucho antes.
Contrariamente a lo que se se podría intuir, conocí a Ángela en medio de la más sagrada decencia. Era el aniversario de la muerte de mi madre, único día del año en que piso la iglesia. Fue lo único que recuerdo que mi madre me pidiera nunca. Una misa anual por la eterna salvación de su alma. Pero como tengo cierta tendencia a controlar todo lo que pueda, siempre estoy presente, compruebo que la iglesia haya sido limpiada, que las flores sean frescas, que el coro recite el repertorio de todos los años y que el cura pronuncie correctamente Sanda. El por si acaso de la atea de mi madre sigue cubierto.
La vi salir del confesionario, me llamó la atención, la verdad que no conozco el perfil típico de los que se consideran a sí mismo pecadores, pero dudo que una chica de veinticuatro años crea que tiene muchas razones por las que fustigarse. No se cómo era su cara al entrar al confesionario, pero a la salida parecía bastante feliz. Automáticamente mi cabeza empezó a imaginarse todas las posibles causas que mi cabeza podía concebir; hacer transpirar al cura, contándole historias con luz encendida, látex y sin velas ni Sinatra. O tal vez acababa de confesar el asesinato de su marido millonario.
Por más que lo intentaba no se me ocurría ningún caso en el que ella pudiera ser protagonista en el papel de víctima. Supongo que la imaginación de un guionista mediocre está un poco limitada.
Nunca intenté escribir nada genuino, me fascina hacer las secuelas de mis películas favoritas. De momento mi guión más logrado se sitúa en 1945, Renault ha sido trasladado a París, Sam se ha enamorado del laúd y se ha unido a la Nación del Islam negándose a ser la comparsa de los ociosos blanquitos. Rick tras superar una pequeña adicción al opio y tras años de terapia que le sirvieron para darse cuenta que el papel de perdedor solo servía para los fotos en las que salía fumando, y no todas, sólo en las que se captaba la nostalgia y profundidad en sus ojos, que con la calidad de las cámaras de la época era poco frecuente. Así que con un nuevo aire de ganador, y con el mantra de" no soy un perdedor" fue directo a Praga.
Lazlo ,gracias al recuerdo reciente de la guerra y a su capacidad para estar a buenas con comunistas y americanos, era el generalísimo. Cuando se encontraron en el palacio presidencial, antes de ver a Elsa, a Rick le sorprendió un tanto la seguridad con la que Lazlo le apretó la mano. Sabía a qué venía, tal vez, pensaba Rick, que siendo jefe de estado le era indiferente si Elsa seguía a su lado. O tal vez pensara en encerrarlo y asesinarlo. Todas las dudas de Rick se disiparon cuando le acompañaron al dormitorio de Elsa. La bella checa, con ojeras, más cintura y lo que por encima de la oscura falda parecía un tercer o hasta un cuarto muslo, estaba durmiendo a un bebé. A Rick se le vino el mundo encima, el hijo de Lazlo, será bonito criar al hijo de otro, qué gran ejemplo de bondad. Elsa tras escuchar el primer ronquido salió de la habitación con calma, miraba al suelo mientras se acercaba a su antigüo amante. Parecía tranquila, probablemente el hecho de que la llegada de Rick fuera anunciada en una carta hacía una semana había quitado parte de la excitación del reencuentro, pero no había ni rastro de la previsible sustituta ansiedad. Rick estaba desconcertado, hacía cuatro años casi tuvo que meterla a empujones dentro del avión. Ahora se acercaba, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, ¿sería posible que Elsa diera por hecho que iban a pasar el resto de sus vidas juntos y que cinco segundos más o menos no hacían apenas diferencia? Que sangre fría la de esta checa, con que perspectiva veía todo.
Tras dos besos y un abrazo, se fueron a sentar a una salita con chimenea. Rick se soprendió que Lazlo no estuviera presente, probablemente Elsa se lo había exigido, querría intimidad para planear el resto de sus vidas. Rick le dijo lo bien que se conservaba, ella respondió educadamente con una sonrisa, mostrando el borde de los dientes, pero sus hoyuelos apenas podrían notarse si se pasara la mano por encima de sus mejillas. Rick no sabía cómo reaccionar, cuatro años. Cuatro años interminables, cuatro años en que cada soldado luchaba sin saberlo por Rick y Elsa, irónicamente los nazis pretendían alargar el matrimonio checo, la felicidad de Lazlo, mientras que los aliados apostaban por el verdadero romance. Al final ganó el amor, pero parecía que se hubiera quedado en Omaha, Iwo Jima o más bien congelado en Stalingrado.
continuará...
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