jueves, 22 de septiembre de 2011

aterrizando en París

Hasta ahora siempre tenía un país al que volver, respetando esa regla que protege los recuerdos de la realidad, no volver allá donde has sido feliz. Mis escarceos con Francia empezaron en un campamento de Bayonne. Yo era pequeño y los franceses eran franceses. Después siguiendo el lógico empeño de mi madre porque no perdiera el francés organizó una estancia en casa de una tía en Marsella. Como buen viaje familiar fue mal. Ahí acabó la fuerza de mi madre para luchar contra el muro francés. Hasta que durante una etapa un poco oscura y confusa surgió la idea de pasar un tiempo en Pau haciendo un curso de francés. La residencia era poco acogedora, yo estaba débil y estaba convencido de tener una suerte de mierda, y de que nada me salía bien. Duré un día, o tal vez dos. Mi mamá me rescató. eso sí como si hubiese tocado fondo me di cuenta de que quería hacer cosas y el no fue tomando un peso más ponderado en mi actitud y mis respuestas.
Septiembre de 2011 aterrizaje perfecto; acompañado por una preciosa francesita aterricé en Beauvais un horible aeropuerto cercano a París. Cuando llegué al que será mi hogar los próximos meses y vi monedas por el suelo, lo tomé por un lugar común. Siempre tengo monedas en mi habitación. Me gusta el toque desordenado de la casa, es acogedor.